Comentario
Ya se indicó que los angostos espacios que van de las enjutas a las claves de los arcos se cubrían con pinturas, en un proceso que apuntaba al horror vacui que el autor venía a demostrar. De hecho, se debe insistir en este carácter de marginalidad, pero no siempre desvinculado de las escenas más próximas, pues en ocasiones esta flora y fauna diversas, entroncadas con el mundo de la fantasía y de los bestiarios medievales, van a servir de tramoya y complemento de la representación principal.
En este sentido, conviene recordar cómo Adán y Eva, durante su estancia en el Paraíso, se rodeaban de una frondosa vegetación propia del lugar, mientras que, situados tras el pecado en el mundo, ésta ya se acompaña de diversa fauna, peligrosa nada más ser expulsados, pues una leona y un cánido acechan entre los árboles, y doméstica cuando se trata de representar las labores agrícolas de los primeros hombres.
Sin embargo, estos elementos marginales no siempre tienen esta función al vaciarse de contenido concreto para una determinada escena en favor de otro más amplio con un sentido secundario y ornamental. Así, carnosos tallos que buscan la espiral que se abre en el centro con una amplia hoja, sirven de cobijo o medio a dragones, grifos, leones e incluso centauros, que aportan el sentido polivalente que les caracteriza. Todos ellos con lo que de positivo y negativo les proporciona el mundo medieval y que aquí globalmente se define por la presencia simple del animal negativo -dragón, grifo- o por la lucha contra el pecado: león-dragón o centauro-dragón.
Dentro de esta serie, es conveniente llamar la atención sobre dos representaciones ciertamente singulares. De especial relevancia es la que se sitúa en el margen de la escena en la que Moisés recibe las Tablas de la Ley: se trata de dos árboles de los que penden seis aves en lugar de fruta, mientras un cánido a sus pies se muestra al acecho.
A través de este tema se ha querido demostrar la indiscutible procedencia inglesa de las pinturas de Sijena, por cuanto un árbol con aves colgantes figura en la obra de Giraldus de Barri (1185-1186) como fenómeno propio de las tierras de Irlanda. De acuerdo con ello, se habla de unos gansos que nacen de los árboles, fenómeno pronto recogido por los bestiarios de las islas y representado en distintos manuscritos de comienzos del siglo XIII.
Lo cierto es que se trata de un tema no exclusivo de Inglaterra y con una larga tradición en el mundo oriental, lo que ya aleja la incidencia de las islas en lo que a esta cuestión se refiere. En este sentido, árboles maravillosos capaces de ofrecer como fruto cabezas humanas, o granados que al florecer dejan colgar aves multicolores, han pasado desde muy antiguo a Occidente a través de los bestiarios, desde los que el mundo medieval se ha hecho especial eco.
Así, para referirnos tan sólo a la representación que nos ocupa, cabe mencionar que la catalana Biblia de Roda (Biblioteca Nacional de París, MS lat. 6, Vol. 1, fol. 7v°) muestra ya en el siglo XI un árbol con pájaros colgantes, del mismo modo que la romana Biblia Panteon (Biblioteca Vaticana, Vat. lat. 12958, 167v°), cercana al 1130, repite el mismo argumento.
Cabe decir, además, cómo una y otra representación se encuentran en distintos lugares del texto bíblico, siendo el Génesis para la de Roda y Daniel para la Panteon, lo que indica su arbitraria aplicación tan propia, por otro lado, de esta temática. Ello justificaría el lugar que ocupa en Sijena, meramente ornamental, dado que en origen no tiene un contenido preciso, y ese pequeño enriquecimiento que supone la adición del cánido no puede ir más allá de la anécdota.
La segunda representación a la que hacer referencia, es la serie de animales músicos que marginalmente se encuentran en la escena de la unción de David. Sin perder su carácter secundario, la conexión con el contenido principal se hace más patente que en ningún otro lugar de la sala capitular sijenense.
De este modo, no es casualidad que un burro haga sonar un arpa y otro animal un salterio, mientras una cabra baila y un cánido espera recibir monedas, acompañando casi todos a los instrumentos con canciones. Esta clara alusión al mundo de los saltimbanquis, convertidos en animales, es la oposición necia e insensata de su música a la del personaje de la escena principal, David, salmista por excelencia al que intentan imitar con los instrumentos que le son propios grotescos personajes de un mundo pintoresco.